"200 AÑOS DEL 1º COMBATE NAVAL ARGENTINO"


La Secretaría General de la Presidencia de la Nación, por medio de la resolución 83/2011, declaró de interés nacional el “Acto conmemorativo del Bicentenario del Bautismo de Fuego de la Armada Argentina”.
Dicha resolución tiene por finalidad apoyar y destacar el valor histórico de ese acontecimiento en los albores de nuestra constitución como Nación.

El Miércoles 2 de marzo a las 00 horas, en el monumento al Coronel de Marina Juan Bautista Azopardo, que guarda sus restos, -entre las calles Pellegrini y la Barranca- se rendirá homenaje a quien comandara la escuadra que se batió contra los realistas en la Batalla Naval de San Nicolás. La Banda de Música ejecutará el Himno Nacional y se apostará una guardia de honor.
Por la mañana, a las 9.30, el Municipio de San Nicolás descubrirá una placa conmemorativa y la Armada Argentina colocará una ofrenda floral en el monolito que recuerda el hecho histórico, ubicado dentro del predio del Destacamento Vigilancia “Cuartel San Nicolás” del Ejército Argentino, en la intersección de las calles Colón y Necochea.
Luego, en el Monumento al Coronel de Marina Juan Bautista Azopardo, la Armada Argentina descubrirá una placa conmemorativa por el Bicentenario del Primer Combate Naval.
El acto central dará inicio a las 11 y consistirá en un desfile cívico militar sobre la avenida Juan Manuel de Rosas donde, al son de la Banda de Música de la Armada y de la Escuela Naval Militar, desfilarán efectivos navales y fuerzas vivas de la ciudad.
Finalmente, a las 21, se le impondrá el nombre de “Primer Combate Naval Argentino” al Anfiteatro Municipal –ubicado en Colón y España- donde artistas locales representarán la obra “Azopardo”.
RESEÑA HITORICA.
Determinado por la Junta de Buenos Aires crear una flotilla para que enfrentara en las aguas del Paraná el poder naval de los españoles y además abasteciera logísticamente al Paraguay, se determino encomendar la tarea a Don Juan Bautista Azopardo, un bravo marinero maltes al servicio de Buenos Aires.
El logro reunir tres naves inadecuadas para cumplir con la misión naval encomendada. Azopardo había arribado al Rió de la Plata y tomando patente de corsario al servicio de la bandera española, en cuyo carácter hizo un expedición al África. A su regreso de Buenos Aires, combatió contra los ingleses en sus invasiones y fue uno de los dos que se alistaron en las filas de la Revolución de Mayo. Estos ascendentes del marino sirvieron que la junta de Mayo le confiara la misión. Después de haber equipado las tres naves, dotándolas con treinta y tres cañones casi inservibles, se puso en marcha por las aguas del Paraná, debiendo navegar hasta Corrientes, en donde se encontraba el general Belgrano. Tenia pues que recorrer como 130 leguas.
Desde que la expedición se estaba organizando, el enemigo tenia conocimientos de ella, pues en Montevideo se había preparado secretamente otra escuadrilla de cuatro buques, mas poderosa que la de Buenos Aires, al mandó de Jacinto Romarate y pronto a hacerse a la vela al primer aviso. Así se fue que inmediatamente de tener conocimiento d la partida de la flotilla patriota, hizo las velas y se puso en su seguimiento.
Azopardo- al saber que las naves españolas se acercaban aproximo a la barranca del Paraná frente a San Nicolás, disponiéndose a esperar allí al enemigo, saco los cañones de dos de sus goletas, y con ellas formo baterías de tierra. Dejo solamente cincuenta tripulantes a bordo de la Invencible, que era la nave de mejores condiciones, y con el ánimo heroico de defenderse hasta la muerte, levanto la bandera al tope de los mástiles. Así preparado, espero resueltamente al enemigo.
El 2 de marzo de 1811 ambas escuadras se encontraron a la altura del actual Destacamento de Vigilancia. Calle Necochea- y se trabaron en cruento combate, reñido en los primeros momentos.
Las ventajas no tardaron en declararse a favor dela escuadra española, que estrechaba cada vez mas el circulo que habían formado rodeando a los patriotas. Las baterías de tierras fueron desmontadas, quedando solo a Invencible contra cuatro buques mas poderosos que al fin se lanzaron al abordaje. Desde ese momento, la lucha asumió proporciones horrorosas. Azopardo, entonces no pensó más que en morir defendiendo el honor de la expedición que se había confiado.
Al cabo de dos horas de combate, solo habían quedado 8 hombres de los 50 que tenía a bordo al principio de la lucha. Comprendió que era imposible continuarlas en aquellas condiciones, y se dispuso a darle termino, para lo cual se dirigió hacia la Santa Bárbara con el objeto de hacer volar el buque, pero la puerta que comunicaba a esta había sido cerrada por una mano anónima, y de ninguna manera pudo abrirla. Desesperado por este contratiempo, reunió un cajón de cartuchos, los derramo sobre la cubierta y pretendió hacer volar su buque, arrimando a la pólvora un amecha encendida, a fin que la goleta se hundiera con toda la tripulación y no cayera en poder de enemigo.
Los vencedores y los vencidos se llenaron de espanto: los españoles, asombrados ante su arrojo de héroe, le ofrecieron la vida Azopardo lleno de rabia y desesperación, arrojo al agua la mecha ya encendida, porque comprendió que no iba a poder hacer volar el buque y se entrego.
Azopardo fue conducido a Montevideo y de allí al famoso presidio de Ceuta, donde permaneció nueve años.
En 1820 debido a una insurrección que estalló en la península, fue liberado y pudo regresar a Buenos Aires, reincorporandose nuevamente al servicio de nuestra patria.

EL COMBATE DE SAN LORENZO















El río de la Plata y sus afluentes reconocían por únicos señores a los marinos españoles sitiados en Montevideo, quienes hostilizaban todo el litoral argentino. El gobierno de la revolución, para contrarrestarlos levantó baterías frente al Rosario y en Punta Gorda (aprox. 50 km. al norte de Rosario), pero el río Paraná continuaba siendo el teatro de sus continuas depredaciones. En octubre de 1812 fueron cañoneados, asaltados y saqueados los pueblos de San Nicolás y San Pedro.
Alentados por el éxito de estas empresas los realistas resolvieron darles extensión, como medio de hostilidad permanente. Organizaron sigilosamente una escuadrilla con el plan de remontar el río, destruir las baterías del Rosario y Punta Gorda, y subir hasta el Paraguay apresando en su trayecto los buques de cabotaje que se ocupaban del tráfico comercial con aquella provincia. Se confió la dirección del convoy al corso español Rafael Ruiz, y al mando de la tropa de desembarco al capitán Juan Antonio Zabala. En enero llegaron estas noticias al gobierno de Buenos Aires, que mandó desarmar las baterías del Rosario, por no considerar conveniente su defensa. Al mismo tiempo, dispuso se reforzasen las baterías de Punta Gorda y ordenó al coronel del recientemente creado Regimiento de Granaderos a Caballo, José Francisco de San Martín que con una parte de su regimiento protegiese las costas del Paraná desde Zárate hasta Santa Fe.
La expedición naval realista, procedente de Montevideo, penetró por las bocas del Guazú a mediados del mes de enero de 1813. Se componía de 11 embarcaciones armadas, tripuladas por 300 hombres. Aunque retrasada la expedición por los vientos del norte, San Martín apenas tuvo tiempo de salir a su encuentro a la cabeza de 140 granaderos y destacó algunas partidas para vigilar la costa del río. El 28 de enero la flotilla enemiga pasó por San Nicolás. El 30 subió más arriba del Rosario, sin hacer ninguna hostilidad. El comandante militar del Rosario, don Celedonio Escalada, reunió la milicia para oponerse al desembarco. Consistía su fuerza en 22 hombres armados, 30 de caballería y un cañoncito manejado por media docena de artilleros.
En la noche levaron anclas los buques españoles, y el día 30 amanecieron frente a San Lorenzo, veintiséis kilómetros al norte del Rosario, anclando a 200 metros de la orilla. Las altas barrancas, escarpadas como una muralla, sólo son accesibles por los puntos en que la mano del hombre ha abierto sendas, practicando cortaduras. Sobre la alta planicie que corona la barranca se levanta el convento de San Carlos. Un destacamento español desembarcó con el objeto de requerir víveres a los frailes y ante la llegada de Escalada, que con 50 hombres constituía la avanzada de San Martín, se replegó a sus naves. En la noche del 31 fugó de la escuadrilla el paraguayo José Félix Bogado. Por él se supo que toda la fuerza de la expedición realista no pasaba de 350 hombres. Inmediatamente transmitió Escalada esta noticia, y uno de sus mensajeros encontró al coronel San Martín al frente de los granaderos, cuya marcha se había retrasado en dos jornadas respecto de la expedición naval española. Sin estas circunstancias casuales, que dieron tiempo para que todo se preparase convenientemente, el combate de San Lorenzo no habría tenido lugar.
San Martín, con su columna, seguía a marchas forzadas. En la noche del día 2 de 'febrero, llegó a la posta de San Lorenzo, distante cinco kilómetros del convento. Allí encontró los caballos que Escalada había hecho llevar a modo de remonta. Esa misma noche la columna patriota arribó al convento de San Carlos, en San Lorenzo. Todas las celdas estaban desiertas y ningún rumor se percibía en los claustros. Cerrado el portón, los escuadrones echaron pié a tierra en el gran patio del convento, prohibiendo el coronel que se encendiesen fuegos, ni se hablara en voz alta. San Martín, provisto de un catalejo, subió a la torre de la iglesia y se cercioró de que el enemigo estaba allí por las señales que hacía por medio de fanales. Seguidamente reconoció el terreno vecino y, tomando en cuenta las noticias suministradas por Escalada, formó inmediatamente su plan.
Al frente del convento se extiende una alta planicie, adecuada para las maniobras de la caballería. Entre el atrio y el borde de la barranca acantilada, a cuyo pie se extiende la playa, media una distancia de poco más de 300 metros, lo suficiente para dar una carga de fondo. Con estos conocimientos, San Martín dispuso que los granaderos saliesen del patio y se emboscaran formados tras los macizos claustros y las tapias posteriores del convento. Al rayar la aurora, subió por segunda vez al campanario provisto de su anteojo militar. Pocos momentos después de las cinco de la mañana las primeras lanchas de la expedición española, cargadas de hombres armados, tomaban tierra. Eran dos pequeñas columnas de infantería en disposición de combate. San Martín se puso al frente de sus granaderos y arengó a quienes por primera vez iba a conducir a la pelea. Después de esto tomó el mando del 2º escuadrón y dio el del 1º al capitán Justo Bermúdez, con prevención de flanquear y cortar la retirada a los invasores: "En el centro de las columnas enemigas nos encontraremos, y allí daré a Ud. Mis órdenes." Los enemigos, unos 250 hombres, venían formados en dos columnas paralelas con la bandera desplegada y traían dos piezas de artillería al centro. En aquel instante resonó por primera vez al clarín de guerra de los Granaderos a caballo. Salieron por derecha e izquierda del monasterio los dos escuadrones, sable en mano y en aire de carga, tocando a degüello. San Martín llevaba el ataque por la izquierda y Bermúdez por la derecha. El combate de San Lorenzo tiene de singular que ha sido narrado con encomio por el mismo enemigo vencido: "Sin embargo, de la primera pérdida de los enemigos, desentendiéndose de la que les causaba nuestra artillería, cubrieron sus claros con la mayor rapidez, atacando a nuestra gente con tal denuedo que no dieron lugar a formar cuadro."
Las cabezas de las columnas españolas desorganizadas en la primera carga, que fue casi simultánea, se replegaron sobre las mitades de retaguardia y rompieron un nutrido fuego contra los agresores, recibiendo a varios de ellos en la punta de sus bayonetas. San Martín, al frente de su escuadrón, se encontró con la columna que mandaba en persona el comandante Zabala. Una descarga de fusilería mató a su caballo y le derribó en tierra, quedando aprisionada bajo el corcel ya muerto una de sus piernas. Trabase a su alrededor un combate parcial de arma blanca, recibiendo él una ligera herida de sable en el rostro. Un soldado español se disponía a atravesarlo con la bayoneta, cuando uno de sus granaderos, llamado Baigorria, traspasó a realista con su lanza. San Martín habría sucumbido en aquel trance, si otro de sus soldados no hubiese venido en su auxilio, echando pie a tierra y arrojándose sable en mano en medio de la refriega.
Con fuerza y serenidad Juan Bautista Cabral, desembaraza a su jefe del caballo muerto y recibe, en aquel acto, dos heridas mortales, gritando con entereza: ¡Muero contento. Hemos batido al enemigo!
El capitán Bermúdez, a la cabeza del escuadrón de la derecha, hizo retroceder la columna que encontró a su frente. La victoria se consumó en menos de un cuarto de hora. Los españoles, desconcertados y deshechos por el doble y brusco ataque, abandonaron en el campo su artillería, sus muertos y heridos, y se replegaron haciendo resistencia sobre el borde de la barranca, donde intentaron formar cuadro. La escuadrilla rompió fuego para proteger la retirada, y una de sus balas hirió al capitán Bermúdez en el momento en que llevaba la segunda carga. El teniente Manuel Díaz Velez, que lo acompañaba, arrebatado por su entusiasmo y el ímpetu de su caballo, se despeñó de la barranca. Los últimos dispersos españoles se lanzaron en fuga a la playa baja, precipitándose muchos de ellos al despeñadero. Los granaderos tuvieron veintisiete heridos y quince muertos.
San Martín suministró generosamente víveres frescos para los heridos enemigos, a petición del jefe español. A la sombra de un pino añoso, que todavía se conserva en el huerto de San Lorenzo, firmó el parte de la victoria.
El combate de San Lorenzo fue de gran trascendencia para la revolución. Pacificó el litoral de los ríos Paraná y Uruguay, dando seguridad a sus poblaciones; mantuvo libre la comunicación con Entre Ríos, que era la base del ejército sitiador de Montevideo; privó a esta plaza del auxilio de víveres para prolongar su resistencia; conservó franco el comercio con el Paraguay, que era una fuente de recursos y, sobre todo, dio un nuevo general a sus ejércitos y a sus armas un nuevo temple.